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«quistión»!... No importa... Hay otras maneras, aunque no se compre oro... Hay el equivalente...

el equivalente... y eso lo «tenés»...

—Mi querido suegro, usted se anda por las ramas... Lo que yo le he preguntado es lo que piensa de la situación...

—Es una locura, un despilfarro, una borrachera...

Y me explicó: Todo el mundo había perdido el juicio. Fuera de los centenares de millones que bailaban en plaza, acababan de abrirse una docena de bancos con un capital de cincuenta y tantos millones, sin base sólida alguna, millones soñados, escritos en el agua; se imprimía papel moneda como se imprime una novela popular, en rotativa; se descontaba con el desprendimiento del calavera ebrio, que siembra su peculio en medio de la calle; en la Bolsa se jugaba como en una timba, con el «bluf» y todo, sobre palabra, casi exclusivamente para cobrar y pagar diferencias; á la propiedad raíz se había dado un valor ficticio, pues nunca produciría la renta que el capital representaba; el comercio nacional quedaba deudor en un tercio por lo menos del comercio extranjero, porque nuestra producción no estaba á la altura de nuestras ilusiones; todo el mundo robaba ó estafaba al país, con cuentas corrientes ilimitadas, préstamos hipotecarios hechos sobre propiedades que no existían, descuentos concedidos á testaferros sin responsabilidad...

—Es como si en tu casa, incomodado ya por los acreedores, siguieras tomando «fiado» donde te dejaran... ¡Vas á ver lo que pasa después!

—¿Usted cree, entonces, que esto no tiene remedio?

—Sí, tiene... Por lo menos para nosotros...

Don Ernesto me ha dicho... Pero hay que tener