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de sueño, á pasarse unos á otros, á largos intervalos, desganadamente, los expedientes de asuntos en trámite que, con ese paso, nunca lograrían una solución. Me recordaban á aquellos personajes de Swift, que llevan siempre detrás á un criado con una vejiga para que los despierte de cuando en cuando. ¡Bah! lo mejor era dejarlos dormir, pues así no hacían daño á nadie, y ajustando mi acción á este pensamiento hice cuanto estuvo de mi parte para no arrancarlos de su siesta, y creo que hasta entraba en la casa de Gobierno en puntas de pies cuando allí me llevaba alguna urgencia.

Entretanto, sigilosamente, de puntillas también, la oposición comenzó á moverse, pensando que podría aprovecharse del letargo aquel para dar un buen golpe en las próximas elecciones.

Hablé al respecto con los jefes del partido, que no encontraron actitud mejor que consultar al Presidente. «Rodeen á Camino», contestó éste, sin más, y la frase, conocida por una indiscreción, se hizo famosa.

Camino estaba en Buenos Aires, pero no dejamos de comprender que era necesario darle la jefatura del partido y preparar su reelección.

¿Por qué? No era en realidad porque la oposición fuera de temer en las elecciones provinciales, y menos aún en las nacionales. La razón se me presentaba más honda y trascendental:

aquello era una hábil previsión para el futuro, para cuando otro ocupara la presidencia.

Entonces, el ex presidente necesitaría apoyo en las provincias, y Camino era para él un hombre de confianza. Si en los demás estados se hacía lo propio, el nuevo gobernante se vería con el poder muy disminuído, y sería necesariamente, el personero de su antecesor.

—¡No está mal! ¡no está mal!—me dije.—