Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/162

Esta página no ha sido corregida
— 154 —

Después supe la razón de esta insistencia en quedarse: rendía á la memoria de tatita un culto exagerado, casi enfermizo, llevada por sus antiguas tendencias místicas, visitando todos los días el sepulcro que había convertido en un jardín, y que llenaba, sin embargo, de flores cortadas. No me hizo confidencia alguna, con la reserva característica de algunas antiguas damas criollas, pero creo que desde que murió tatita lo consideraba más suyo, más exclusivamente suyo, y renovaba con su sombra la breve luna de miel. Si no, ¿cómo explicar la especie de tibieza para conmigo, fenómeno extraordinario que le permitía vivir voluntariamente separada de mí? ¿Por amor á Los Sunchos? ¿Por temor á otro abandono, análogo al de su marido viviente? ¿Por amor póstumo que sentía correspondido desde la tumba?...

Cumplidos estos deberes y llenadas otras formalidades, me ocupé de estudiar en sus detalles la situación de Los Sunchos. Habíanse producido algunos cambios, profundos á primera vista:

Don Sócrates Casajuana no era ya intendente municipal ni don Temístocles Guerra presidente de la Municipalidad. Pero, ¡no haya miedo! El trastorno no había sido tan radical, porque don Temístocles ejercía la intendencia y don Sócrates la presidencia, gracias á una serie de hábiles permutas iniciada años atrás. No siendo reelegible el intendente, habían hallado este medio de monopolizar el poder en bien de los sunchalenses, sin tener ya, siquiera, la amable fiscalización de don Higinio. Y jugaban á las «dos esquinas». Hallábame, pues, en terreno amigo, y podía tentar la realización del negocio.

—¡La cosa puede hacerse, pero esa maldita oposición!—exclamó Casajuana, cuando los llamé á conferenciar.