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Pero es más fuerte que sus carceleros. Al través de los gruesos muros siembra la traición, que flocrece, en el seno del pueblo, en flores malditas, y mancha el áureo manto de la libertad. Hay traidores por todas partes. Avanzan hacia las fronteras otros soberanos poderosos, que han descendido de su trono, y conducen hordas de hombres salvajes engañados, de parricidas dispuestos al asesinato de su madre, la libertad. En las casas, en las calles, en las aldeas apartadas y en los bosques, hasta en el palacio majestuoso de la asamblea nacional, se deslizan sombras siniestras de traidores.

¡Desgraciado pueblo! Es traicionado por los que han izado, antes que nadie, la bandera de la rebelión. ¡Desgraciado pueblo! Es traicionado por aquellos en quien había puesto toda su confianza. Es traicionado por sus elegidos, que parecen honrados, que pronuncian discursos violentos y severos; pero que llevan los bolsillos llenos de oro sospechoso.

Se procede a las pesquisas. Se publica la orden de que todo el mundo se encuentre al medio día en su casa. A la hora fijada, la campana empieza a tocar, y su voz grave suena en el silencio de las calles desiertas. Desde que existe la ciudad, nunca ha estado tan silenciosa: las calles y las plazas están solitarias, las tiendas cerradas, por ningún lado se ve ni un transeunte ni un coche. Sólo los gatos, asustados y llenos de asombro, van y vienen, arrimados a las paredes y sin saber a