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Silencioso hasta entonces, empezará a cantar, a silbar, a gritar, a dar órdenes a las piedras y a! hierro, a quitar de en medio lo que encuentre a su paso. Y de pronto, se convertirá en un torbellino.

III

Vimos más muertos que vivos. Los muertos estaban tranquilos. No sabían lo que les habla sucedido, y conservaban la calma. ¿Pero qué ocurría con los vivos? Verás qué gracia tiene lo que nos dijo un loco, para el cual también se abrió la puerta en aquel gran día de terrible igualdad.

¿Crees que estaba asustado el loco? En modo alguno. Nos miraba con benevolencia, muy satisfecho y orgulloso, como si todo hubiera sido obra suya. No me gustan los locos, y quise seguir mi camino; pero el profesor Pascale me de tuvo, y le preguntó respetuosamente al orgulloso orate:

—¿Por qué está usted tan satisfecho, señor?

Pascale no era, ni mucho menos, un enano; pero el loco le buscó largo rato con la mirada, como si fuera un granito de arena perdido en un gran montón. Al fin le encontró, y, despegando apenas los labios—tal era su orgullo—, repitió la pregunta:

—¿Por qué estoy tan satisfecho?

Hizo un gesto majestuoso, en el que envolvió cuanto veía en torno suyo, y añadió: