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niones, los mismos gustos ni las mismas tendencias que se le han inspirado? ¿Qué contraste formará su cándida inocencia en medio de los vicios escandalosos del dia; su franqueza con el espíritu de astucia y engaño; su probidad y generosidad con el egoismo refinado de nuestra época?

Claramente se concibe con cuanta facilidad podria cambiarse este cuadro. Si se quiere que la educacion de la juventud sea provechosa, debe empezarse por poner la del pueblo en armonía con ella y mirar como un principio inconcuso que la educacion de la juventud recibe su espíritu, sus principios, y su utilidad de la educacion política de la nacion.

"¿Qué educacion, dice el sabio Matter, se quiere dar á infancia si se ignora aun lo que se quiere hacer de la nacion á que pertenece, y en cuyo seno debe depositar el tributo de sus luces, sus miras, sus hábitos y sus capacidades? La educacion de la juventud no puede ser mas que un negocio de instinto, hasta tanto que los principios que deben presidirla se deduzcan de los principios mas altos y generales que deben presidir la educacion social; se podrá ser mas ó menos feliz en esta peligrosa loteria, en este peligroso abandono de los futuros destinos de todo un imperio; pero lo que se encontrará instintivamente de bueno, será fruto de la casualidad y no de la razon.

"El dirigir, continúa, la educacion moral y práctica de la nacion, pertenece al Soberano, al poder, á las costumbres, á las leyes y á los intérpretes y órganos de ellas; no debe nunca ser un negocio de capricho y de instinto.

"El príncipe y el poder tienen naturalmente, por su ejemplo y el de su conducta, una grande influencia en la educacion del pueblo. En el reinado de S. Luis el pueblo fué religioso; en el de Carlos IX fué fanático y cruel como su rey, y en el de Napoleon fué guerrero y soñó conquistas.

"Es un deber sagrado para la ley y sus órganos ocuparse de