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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 161

ta su entrevista con Uritzky. Le dejo la palabra.

—Uritzky—dice—es delgado, de pequeña es- tatura y enfermizo. Al andar, oscila. Me reci- bió con mucha amabilidad, y a la pregunta que le hice de <—¿Por qué se me arresta?», res- pondió mostrándome varias denuncias. Se me acusaba de haber enviado fondos para sostener a los checos. «—Si esto es cierto, le dije, debe usted fusilarme; si es falso, fusile usted a los delatores.» Nada respondió a esta vibrante de- claración, pero me dijo: «—Estamos en guerra contra vosotros; explíqueme usted por qué la patria de la revolución no ha querido discu- tir con nosotros y por qué nuestra bandera roja flamea en Berlín, en el país del imperialismo. Por mí, odio a Alemania, sería yo el prime- ro en marchar contra ella; desaprobé la firma de Brest-Litovsk y presenté mi renuncia de miembro de la Comisión encargada de firmar el tratado. Ahora, queda usted en libertad.» «—¿Se me permitirá salir de Rusia?», le dije. «—Si; únicamente me veré obligado a ordenar que se abra un proceso verbal relativo a las armas en- contradas en la casa de usted.» Me apresuré a mostrarle mis permisos. «—En ese caso, me dijo sonriendo, no puedo siquiera condenar a usted a pagar una multa». Asi terminó mi entre- vista con el hombre que llena de terror a Petro- grado. Debo añadir que, durante nuestra con-

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