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DE MADRID A NAPOLES

los Alpes como nadie, opina que este rio es una filtracion del lago de Flaine, que se encuentra allá en la altura, á cuatro mil cuatrocientos piés sobre el nivel del mar, como si un genio lo hubiera subido allí para mirarse á solas en sus ignoradas aguas.

No lejos de este prodigio, se alcanza á ver la famosa cascada de Arpenaz.

En ella, como en otras que ya habíamos encontrado, advertí que el caudal de agua que se desprende de lo alto no llega ni con mucho al suelo, sino que se deshace en el camino, convirtiéndose en una especie de tamo ó niebla, que humedece luégo una gran superficie del valle, y forma en él mil y mil endebles arroyos, que poco á poco van amasando de nuevo el mismo potente rio que se habia desvanecido en la atmós- fera...

Supongo que nadie ignorará la razon fisica que determina este fenómeno, y por consiguiente no la explico. Pero como la imaginacion no entiende desemejantes razones, resulta que no puede uno ver sin asombro y pasmo aquel agua colgada, aquella gran estalactita líquida, aquella corriente furiosa que se precipita bramando desde lo alto de una peña, y que enmudece en el espacio y se trueca al fin en silencioso rocío, que ni siquiera tiene fuerza para doblar una espadaña.

Pero los Alpes crecen.—Ya distinguimos cumbres de ocho mil cuatrocientos treinta y cinco piés de altura.

Son las Agujas de Varens.

Las escarpadas puntas que forman sus cúspides, brillan al sol como plateados capiteles.

Pasa una hora. Los montes se apartan, abriendo un nuevo valle, por en medio del cual se enseñorea un rio.—Todavía es el Arbe.—¡Y todavía se ven en torno suyo indelebles vestigios de sus estragos!

En medio de este valle se encuentra la aldea de San Martin.

Antes de llegar á ella, el conductor nos indica con un ademan que miremos al lado izquierdo...

Por la abertura que dejan dos montañas cubiertas de negro bosque, se alcanza á ver una lejana cima de una blancura deslumbradora...

Vosotros la conoceis ya. — Ayer la vimos desde el Lago Ginebra, y hace mes y medio desde Macon...

Es el Mont-Blanc!

Aún distamos de él siete leguas. Pero no nos impacientemos. Ya es seguro que esta misma noche dormiremos al pié del gran coloso.—Segun nos afirman en las casas de posta, el Valle de Chamounix ha vuelto á estar transitable.

Al salir de San Martin perdimos de vista aquella redonda cumbre, que era como el polo de nuestro viaje, y ya no la volvimos á percibir hasta

que llegamos á Sallanches.

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