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DE MADRID A NAPOLES

del Pantheon de Agrippa), de una enorme altura y singular belleza...

Detrás del Tabernáculo sigue la gran nave central, formando una es- pecie de Salon de 164 pies de longitud, en cuyo fondo está el trono del Papa,—modesto sitial forrado de blanco, símbolo de paz y mansedumbre; —trono de amor, de pureza, de inocencia, de santidad, que me infundió una veneración jamás sentida para mí delante de los rojos sólios de Re- yes y Emperadores. —Y es que en aquel que he llamado Salon, mezcla de Palacio y de Iglesia, precedido de un Altar y terminado por otro, en que figura la Silla ó Cátedra de San Pedro, se sienten, se tocan á un tiempo mismoel Poder Temporal y el Poder Espiritual de los Papas.—AMlí se le guia para este mundo y para el otro.—Por eso en aquella cámara se ven tribu-

has, escaños, un trono mundanal...., y, porencima, otro más excelso Tro-

no, la Cátedra de San Pedro que he citado, la misma Silla (dice la tradi- cion) que perteneció al Discípulo del Redentor del mundo; Silla que apa- rece sostenida por San Ambrosio y San Agustin, los dos grandes Doctores de la Iglesia Latina, y por San Atanasio y San Juan Crisóstomo, los dos grandes Doctores de la Iglesia Griega.

La Cútedra de San Pedro (que es de madera) se halla encerrada y oculta bajo un Magnífico revestimiento de bronce dorado, obra maestra de Bernini.—;¡ Yo la miraba; y miraba el Trono Pontificio colocado de= bajo de ella; y leia allá en lo alto, en el friso del amplio cornisamento que sirve de base á la Cúpula, estas palabras escritas con enormes caracte res: Tu est Petrus et super hanc Petran edificabo Eclessiam meam; el 1ibt dabo claves regni coelornm; y recordaba aquellas otras palabras: lo que li- gares sobre la tierra ligado será en los cielos, y todo lo que desatares so- bre la tierra será tambien desatado en los cielos; y estas aun más espresi- vas: Quorum remiseritis peccata, remittuntur es; el quorum retineritis, retenta sunt; y pensaba, como por la mañana, en la suprema potestad de que está dotado el Sumo Pontífice; en que tiene por cetro las Llaves del Cielo; en que le compete la remision de todos los pecados; en que su diestra vibra la Excomunion y reparte la Indulgencia; en que suAbsolu- cion dispensa de toda pena y de culpa; en que sus sentencias son in= falibles; en que doscientos millones de almas reconocen y acatan esta so- beranía espiritual, y en que, una vez recusada por la duda semejante autoridad (escala milagrosa que, como la de Jacob, une la tierra al cielo), nuestra pobre vida quedaria incomunicada con Dios; las tinieblas reina= rian sobre el mundo; la tierra se convertiria en un calabozo sin salida; la esperanza no encontraría un sendero por donde buscar la libertad; y la vida seria la desesperacion y la muerte seria la nada!...

Esto pensaba; y ante tales ideas, la gran Basílica me pareció pobre y enana, á causa de su misma soberbia y de su portentosa magnificencia terrenal; esto pensaba, y ante tales ideas, nada encontré á mi alrededor que representase el sacrificio de las vanidades de la tierra, hecho por el alma cristiana á la esperanza de otra mejor vida: esto pensaba, y ya me iba, no queriendo fijar en los graciosos primores de una obra humana una aten-