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DE MADRID A NAPOLES

La servidumbre de los paisanos y de las señoras que se dirigian al Pincio en lujosas carretelas, ostentaba tambien grandes libreas, cancillerescos sombreros, solemnes atributos. — Todo respiraba, en fin, en la gente que no iba á pie, categoría y ceremonia. — Muy raro ha sido el tren liso y llano que he encontrado; raro el jóven á caballo; más raro todavía el impertinente lechuguino que regía por sí mismo su carro... inglés. — ¡iba á decir romano!

A pesar de no haber salido hoy con ánimo de observar, he fijado ansiosamente mi atencion en cuantas personas encontraba en mi camino, y he pedido á sus rostros un reflejo del antiguo pueblo-rey. — Y la verdad es que he notado muchos caractéres clásicos en todas las fisonomías. Los hombres de la clase pobre, con sus capas de color, sus sombreros de ancha ala y alta copa puntiaguda, su calzon corto, su faja, su cara aguileña, sus ondulantes cabelleras y magníficas barbas, me han infundido cierto respeto. Los grandes señores parecen retratos de la Edad-Media. Las damas principales, severas, pálidas y grandiosas, tienen algo de las matronas romanas. Pero las que me han sorprendido é interesado sobre todo han sido las plebeyas, recias y altas, con su abundante y hermoso pelo, su noble nariz, sus puros dientes, su voz viril y sonora y aquella magesta I del andar, que recuerda las procesiones de los Bajo-relieves, ó aquel soberano reposo, que hace pensar en las Cariátides.

Tambien me han chocado extraordinariamente unas singularísimas calesas, de que he visto muchos ejemplares en el Corso. — Hé aquí su estructura : de un lado se alza, como un abanico abierto, una rama de árbol, forrada de tela pintada al óleo : este abanico se ahueca un poco, hasta formar una especie de concha, y bajo esta concha se alberga un hombre, sentado sobre ocho toneles de vino, con los cuales va por la Ciudad surtiendo las casas y las tabernas. — Para que todo sea raro en semejante vehículo, el caballo que lo conduce lleva al márgen, es decir, sujeto á á uno de los lados del arnés, un haz de heno, del cual, al par que marcha, puede ir comiendo, y come... sólo con un volver de cabeza. — Finalmente: entre las campanillas que penden del cuello del caballo, se ve siempre una gran Medalla que representa á la Madonna...

Todo esto he visto en el Corso, y además muchas tiendas de Pinturas y Esculturas (bastante malas) , copias de los primeros prodigios del Vaticano, hechas indudablemente por tanto y tanto artista de remotos paises como viene á estudiar y á morirse de hambre á Roma. — ¡Oh!... cuántos heróicos poemas de amor al arte habrá detrás de cada una de esas audaces y desacertadas copias! — Esto me hace pensar en nuestro inmortal Ribera , alimentándose de los mendrugos de pan que sobraban de borrar y corregir dibujos en el taller de sus maestros. — Y Ribera llegó al fin... Pero ¡ cuántos morirán en el camino!

Aparte de estos almacenes de desdichas peculiares de Roma, he hallado otros muchos, abundantemente provistos de los comestibles , ropas, muebles y demás efectos que son comunes en toda Europa. Por cierto que he