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DE MADRID A NAPOLES

cársela como la menos inspirada, como la menos sublime, como la más vulgar de todas ellas; pero, considerándola bajo un punto de vista artístico, pictórico, académico, tengo que confesar que no puede darse figura tan bella, tan encantadora, tan graciosamente colocada, tan lujosa y elegantemente vestida como la Hija de Joaquín. «Es el modelo de la belleza ideal, (dice Viardot); pero no como la entienden los cristianos, sino como la entendían los griegos.» — Miriam (agrego yo) recuerda á Sara, á Rebeca, á Esther, á Ruth y á otras hermosas mujeres del Antiguo-Testamento. Su cabeza ostenta una toca ó turbante amarillo, rayado de azul y rojo, dispuesto á la manera oriental. Un rico schall verde con franjas de brocado y flecos de oro cubre sus hombros y envuelve su seno. La túnica es también lujosísima, de una recia tela de color de escarlata. ¡Y qué movimiento el de su cuerpo, enarcado para mejor apretar contra su pecho al tierno niño; ¡Qué graciosa inclinación la de su cabeza! ¡Qué mirada aquella, fija en quien la mira! ¡Cuánto arte y cuánta naturalidad en los menores accidentes! — Jesús es también notable por su angelical hermosura; pero lo es aún más por la expresión de tristeza que anubla su pálido semblante «En él se lee, dice un critico, el sentimiento de la víctima resignada á un sacrificio que dejará, entre los hombres á quienes habrá salvado, mayor ingratitud que amor y reconocimiento.»

Después de las obras de Rafael, han llamado más particularmente mi atención los siguientes cuadros:

Las Parcas de Miguel Ángel, en que, aparte de la valentía del dibujo y la habilidad de la composición, he admirado la idea del soberano artista de representar á las Hijas de Erebo, no en tres bellas diosas más ó menos lúgubres, como hacían los griegos, sino en tres fortísimas y espantosas viejas que hacen pensar en las brujas de Macbhet:

La renombrada Bella de Ticiano, ó sea su querida, que, según unos, era una duquesa de Urbino, y, según otros, una hija de Palma el Viejo; magnífico retrato de cualquier manera, pintado magistralmente, que representa á una niña sensual, (5 sea á una joven inocente, acaso próxima á dejar de serlo, blanca y rubia como Venus Afrodita, lujosamente ataviada, pero con el trage tan desceñido, que deja ver los primeros de su albo seno, y (¡raro capricho, que bien pudiera ser una alusión á la venalidad de la joven!) adornada con una gruesa cadena de oro que le ciñe el cuello, y entretenida en admirar otra cadena del mismo metal que tiene en las manos...

Un San Bartolomé de nuestro Rivera (del cavalliere Giuseppe Rivera, spagnuolo, detto lo Spagnoleto, dice el catálogo), admirable pintura, no tan bella como la que tenemos en Madrid del mismo asunto y del mismo autor; pero notabilísima sin embargo:

Un San Francisco de Asis, firmado de este modo: Josef Rivera, español, 1643, y un Retrato de un Italiano, obra también de nuestro compatriota:

Un Adan de Alberto Diirero, admirable representación de aquel pobre