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DE MADRID A NAPOLES

oido con verdaderos trasportes fie entusiasmo.— A estos horas se encontrará ya en San Petersburgo.

También he tenido el honor de hablar con el Conde de Cavour, á quien me ha presentado nuestro Encargado de negocios.— El conde de Cavour, cuya figura os he descrito ya, es tan sencillo y apacible en su trato como en su aspecto y en sus costumbres. Difícil seria hallar una afabilidad como la suya en otro hombre de su importancia y de su celebridad. La mansedumbre de su palabra y el agrado y la paciencia con que escucha á sus interlocutores, tienen algo de frailuno, y perdonadme la expresión. Se ve que el grande hombre de Estado ha formado ya un juicio inapelable acerca de las cosas y las personas, y que va derecho á su fin, sin gastar pólvora en salvas.

Nuestra conversación ha girado sobre la actitud de España en presencia de los hechos que se cumplen en Italia, y el señor Conde ha sabido distinguir y separar la causa de nuestro gobierno de la causa nacional; la causa nacional de la causa de los partidos; y la causa de los partidos de la causa de la dinastía. — Yo no olvidaré nunca estas frases, resúmen y compendio de todo lo que me dijo el presidente del Consejo de Ministros de Víctor Manuel, — «Si en vez de nacer yo en esta península hubiera nacido en la vuestra, y hubiese llegado á ser allí lo que soy aquí, habría seguido la misma política que estoy siguiendo. La causa de los españoles es la misma que la de los italianos. Tenemos intereses y enemigos comunes. El malestar de Italia era más apremiante, y por eso hemos principiado nosotros. Ya nos seguiréis con el tiempo.»

Asimismo he tenido el gusto de asistir al estreno de una ópera nueva, titulada Víctor Pisani. — La música era de un tal Aquiles Peri. — El éxito fue desgraciadísimo.

En cambio he aplaudido de todas veras en el teatro Alfieri al famoso actor Módena, el primer trágico de Italia. — Representaba la Claudia de Jorge Sand. — El pobre está muy viejo.

La buena sociedad turinesa, que empezaba ya á volver de sus expediciones campestres, se reunía por lo regular en el teatro Carignano, donde la Salvioni seguia bailando la Esmeralda.

Pero mi espectáculo favorito en Turin ha sido la magnífica colección de fieras del célebre Mr. Charles, establecida en sólidas jaulas en una plaza del Borgo nuovo. — Los rugidos de los leones se oían en todo Turin durante el silencio de la noche, y rara ha sido la mañana que no he ido á ver al domador darles de comer y enseñarles algunas habilidades. —Entre los animales más bellos y terribles de que me ha hecho amigo el ama- bilísimo Mr. Charles, figuraban tres leones (uno de ellos árabe, digno de acompañar á San Gerónimo); dos leonas; un hermoso tigre de Bengala sumamente grande; un oso blanco y otro negro, que se aborrecían de muerte; un elefante enorme, pero muy tratable y afectuoso, y la familia de monos mas divertida y malvada que he conocido en parte alguna.

—«Los leones se doman por hambre (he pensado yo allí), y el ham-