Lo repito: mi primera operación al desembarcar hoy en Ponte-Lagoscuro fue respirar con toda mi fuerza , como si acabaran de quitarme de encima una montaña de plomo.
¡Estaba en un país libre; esto es, en un país liberado!
Maquinalmente , me volví hacia la orilla que acababa de dejar ; y al ver en ella á los soldados austríacos y la bandera amarilla y negra sobre la Aduana de Santa María, diéronme tentaciones de significar á los tiranos del Véneto no sé qué sangrienta burla, no sé qué odio mezclado con regocijo, no sé qué amenaza y qué desprecio, que podían resumirse en este solo grito : ¡Viva Italia!; pero no me atreví á pronunciarlo, temeroso de que los bersaglieri y los habitantes de Lagoscuro lo tomasen por una cobarde adulación, y los tudescos por una tardía baladronada.
Sofoqué, pues, mis afectos y me dirigí á la Aduana piamontesa. — Puede usted continuar su camino, — se apresuraron á decirme los empleados, sellando mi pasaporte sin leerlo, y devolviéndome el saco de noche sin abrirlo.
Yo les dí las gracias , y monté en una silla de posta igual á la que había dejado en !a otra márgen.
Los caballos, que piafaban impacientes, salieron al galope.
Una hora después (á cosa de las cuatro de la tarde) llegaba á las puertas de Ferrara.
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