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DE MADRID A NAPOLES

Sólo en las Plazas encontré alguna animacion, y esa era debida á los soldados austriacos que iban y venian, cargados de sacos de harina y de cajones de pólvora.

El sol estaba nublado desde una hora después de mi salida de Venecia, y el dia se habia vuelto muy frio, á pesar de que Pádua se halla solamente á 33 metros sobre el nivel del mar. — Los paduanos , embozados en sendas capas, iguales á las de nuestro país, vagaban tétricamente bajo los Pórticos.

Todo esto contribuia á presentarme á Pádua bajo un aspecto sombrío, lúgubre, melancólico, que simpatizaba con mi tristeza de amante separado de su querida.... — ¡Venecia seguia reinando en mi imaginacion!

De esta manera llegué al Hotel, donde permanecí una hora, sin resolverme á tomar ningún partido.

Al cabo de este tiempo comprendí que debia sacudir el marasmo que me dominaba, y á fin de conseguirlo, me eché á la calle, ó por mejor decir, á la Plaza en que se levantaba mi albergue.

A la puerta habia una especie de calesa desvencijada, en cuyo pescante costóme trabajo descubrir á un muchacho de catorce ó quince años, jorobado como una etcétera, de lo más jorobado que nunca he visto, jorobado hasta el punto de que el lazo de la corbata le adornaba el comienzo de las piernas...

Y lo más extraño de todo, es que aquel joven parecía el ser más alegre y más feliz del mundo. — Riendo y bromeando, ofrecióme il suo legno (su coche), no sin añadir que tenia toda la ciudad en la palma de la mano y que me llevaria á la iglesia del SANTO , á ver los frescos de Giotto , al Prato della Valle, al Café Pedrocchi...

— ¡Alto! exclamé al llegar á este punto. Llévame al Café Pedrocchi. Yo habia oido decir toda mí vida que aquel Café era uno de los prodigios de Italia y la gran curiosidad de la Ciudad de San Antonio.

— Tengamos la gloria (me dije) de almorzar en el Café Pedrocchi, y despues recorreremos la ilustre ciudad de Padua.

El Café Pedrocchi, como todas las cosas de su género que gozan una antigua celebridad, ha llegado á ser indigno de ella. Aquel inmenso edificio, abigarrado, oscuro, ahumado y feo, seria una maravilla hace treinta años, cuando se abrió por primera vez al público. Entonces tenia pocos y débiles competidores. Pero hoy lo aventajan en lujo, comodidad y belleza casi todos los Cafés principales de Europa.

Sin embargo , en el Café Pedrocchi se almuerza todavía perfectísiamente.

Después de almorzar, pasé allí otra media hora fumándome un detestable cigarro austríaco, coordinando mis ideas acerca de Padua, trazándome el itinerario de mis excursiones, y repartiendo el tiempo de que pensaba disponer.

— Estoy en Pádua (pensaba yo): en Pádua, antiquísima ciudad, cuyo