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DE MADRID A NAPOLES.

nueva del Palacio Real, electrizando el aire con sus graciosos movimientos, con el crugido de sus faldas de seda y de sus abanicos de nácar y con sus argentinas voces y mal sofocadas risas.

Las venecianas son muy hermosas. Reunid en un solo tipo el fuego de la andaluza y la interesante belleza de la valenciana, y tendreis á una hija de Venecia.

Esta es alta, por lo regular; esbelta, morena muy esclarecida, pálida, de noble perfil, grandes ojos (negros como el cabello), y pie, manos y cintura extremadamente reducidos.

En este moielo, que parece valenciano puro, son andaluceslos relámpagos de la mirada, el andar voluptuoso, la gracia tentadora de la alegría ó de la pena, y cierta vehemente inquietud, que en las hijas del Turia es plácido reposo y lánguida terneza.

Los venecianos, con sus luengos cabellos negros, su faz pálida y sombría, sus ojos de luto, su aire lento y silencioso, y su tranquilidad, que no es la calma, sino la espectativa de la lucha, revelan en su semblante, en su actitud, en su manera de mirarse y de mirar á los extranjeros, todo el horrible drama que palpita en lo recóndito de su corazon.

Cruzándose con ellos, discurrian por la plaza innumerables oficiales austriacos, de severo porte, serios y tranquilos, respetuosos hácia el pueblo que avasallan; entristecidos tal vez con sus recientes derrotas en la Lombardía; pero 10 humillados ni descorazonados por ellas; sin rebajarse al miedo ni tampoco á la baladronadaz como quien ni la busca ni la excu= sa; dignos y corteses, enérgicos y afables; con la grave actitud,+en fin, que adoptan los caballeros al presentarse en un desafío, cuando ya no consideran á su ofensor como á enemigo odioso, sino como á respetable adversario.

Por lo demás, estos oficiales son generalmente muy buenos mozos; casi todos blancos y rubios, altos y delgados; elegantes con su levita blanca ó su capote gris, y marciales y distinguidos al mismo tiempo, como personas de una esmeradísima educacion militar y literaria.

Los venecianos y los austriacos no se miran nunca cara á cara.—Hasta se podria decir que no se ven.—Cierto que pasean juntos en un mismo sitio; pero lo hacen como los locos en el patio de un hospital, evitándose mútuamente, cual silos unos fuesen para los otros meros obstáculos ma= teriales,—árboles ó columnas.

¡Ya se miraron una vez hace dos años! —¡Ya volverán á mirarse al gun dia!

Y, sin embargo (véase lo que son las mujeres); —las venccianas, aun= que no miran á sus opresores, se dejan mirar por ellos.

Supong; zo que sabeis lo que significa dejarse mirar.—Dejarse mirar equivale á hacerse admirar.

Ahora bien: yo me figuro á un oficial austriaco, enamorado en silen= cio, sin esperanza y sin "poderlo remediar, de una de estas hijas de las olas, cuyo moreno mate recuerda el color de las Venus de Ticiano,-—