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DE MADRID A NAPOLES

—Hace mas de mil años (medité yo, cuando hubo concluido de hablar aquel tosco guerrero); hace once siglos que, en una noche como esta, y acaso en este propio paraje, gente de guerra contaba una historia muy parecida á la que estoy oyendo.

El asunto era el mismo, é idénticos tambien los personajes del drama. De una parte, un Rey del Norte de Italia invadiendo los Estados de la Iglesia: de la otra un guerrero francés pasando los Alpes con un ejército reclutado en la Rhetia y en la Galia, y yendo á socorrer al Sumo Pontífice. Y el mismo combate sangriento; y la misma vuelta de los hombres del Norte á su país; y la misma conversacion en estos lugares, la noche solemne en que pudieron decir á sus familias; —«El sol que mos ha visto »esta tarde bajar de los montes y estrecharos en nuestros brazos, nos vió »esta mañana en tierra de Italia»

¡Todo, todo era igual! —Solo la accion era ahora diferente. Entonces los defensores del Papa volvian vencedores: hoy venian vencidos y dispersos...

En esto ya era muy tarde, y nosotros teníamos que levantarnos á las tres de la madrugada, hora en que partía la diligencia.

El Francés contaba su biografía; el Inglés seguia bailando, sin atreverse á acercarse á la chimenea, y los Suizos empezaban á desfilar ó á dormirse.

Desfilamos, pues, tambien por nuestra parte, y nos acostamos en seguida.

Tres horas despues nos despertó lo que yo llamo la diana del viajero, ó sea los chasquidos del látigo del mayoral.

Todavía era de noche, y hacia un frio de todos los diablos; por lo cual entramos en el comedor en busca de la chimenea.

El Inglés seguia paseándose del mismo modo, sin haber logrado en toda la noche calentarse los piés, á pesar de hallarse solo en el comedor...

¡La chimenea estaba apagada!

Parece ser que el Francés la atizó y revolvió tanto antes de acostarse, que la dejó en aquel estado.

Yo estoy seguro de que el Inglés pasó la noche acariciando la idea de una próxima guerra entre Inglaterra y Francia; jurándose servir en ella en Clase de voluntario, y excogitando la manera de vengarse de aquel hijo de San Luis.

Sin otra novedad que de notar sea, montamos en el interior de una pequeña Diligencia, y emprendimos la marha entre las últimas sombras de la noche.

Al amanecer habíamos ya subido tantas retorcidas cuestas que nos encontrábamos á tres mil piés sobre Brigg. El sol naciente reflejaba sus rosadas luces en las nieves del Simplon y