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DE MADRID A NAPOLES

silencio, escuchando absortos los augustos rumores de aquella soledad sublime. La cuesta se presentaba cada vez mas áspera...

Finalmente, despues de mucho bajar y subir, y de subir siempre mucho más que bajábamos, llegamos á una alta cima; hizo el camino una revuelta, y lanzamos un grito de asombro...

El valle de Chamounix acababa de aparecer ante nuestra vista: el Mont-Blanc se levantaba sobre nuestra frente: la cordillera nos rodeaba: la nieve nos desvanecia.

En el valle era de noche-¡Todo, pues, yacia en las tinieblas..., menos los helados titanes!

La luz del sol, que ya no veía nadie en Europa, cireundaba las sienes del viejo rey con un turbante de rosa y oro. Su blanca túnica resplandecia como el cristal, ofreciendo á la vista un desierto de nieves que empezaba en el valle y terminaba mas allá de las nubes... Las nubes ceñian su cintura, sin lograr alzarse nunca hasta su frente, que se erguia desdeñosa sobre las tempestades de la tierra...

Pronto fue tambien de noche en el cielo. La tierra y el espacio habian desaparecido en la oscuridad...—¡Y aún se percibian claros y distintos, en medio de las tinieblas, aquellos colosales fantasmas, aquellos blancos espectros, que absorbian toda la claridad de las estrellas y del agonizante crepúsculo, cual si brillasen con no sé qué luz propia.

Lo cierto es que habíamos Hegado un poco tarde al valle de Chamounix; pero tambien es verdad que nos alegramos mucho de ello; pues ninguna impresion más grande ni más fantástica podia producir el Mont-Blanc, que la que causaba en medio de la noche...

—Tiempo tendremos mañana (dijimos), desde que salga el sol hasta que se ponga, para ver en su realidad esas cumbres y admirar de cerca los glaciers la Mar de Hielo y todo lo demás que encierra este valle.

Y como el cabriolé acabase en aquel momento de subir la cuesta, y hacia un frio que nos penetraba hasta los huesos, montamos en seguia, y continuamos hácia Chamounix.

Media hora despues estábamos en la patria de Linda. Chamounix es una mísera aldea, compuesta le pobrísimas casas, en medio de las cuales se levantan cinco ó seis palacios, que contrastan vivamente con el resto de la poblacion.

Estos palacios son hoteles de primer órden, de cinco ó seis pisos cada uno, donde se encuentran todas las comodidades de la vida moderna, ó sea todo el confort que puliera brindar un hotel de Londres ó de París.

Nuestra llegada al Lugar fue un acontecimiento.

—¡Ingleses! ¡Ingleses! empezaron á gritar los chiquillos. Y todas las puertas y ventanas de las casas rústicas se cuajaron de cabezas curiosas...