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DAVID COPPERFIELD.

aquel cuarto salieron uno despues de otro para hacerme compañia : Roderick Random, Peregrine Pickle, Humphrey Clinker, Tom Jones, el Vicario de Wakefield, Don Quijote, Gil Blas, y Robinson Crusoe, — ¡gloriosa familia! Tuvieron alerta mi imaginacion, y me revelaron otro mundo que el que habitaba : ¡reciban la expresion de mi agradecimiento, lo mismo que las Mil y una noches y los Cuentos de los genios! No me causaron daño alguno, pues el mal que algunos de ellos pudieran haberme producido, no podia alcanzarme en mi inocencia. Apenas si puedo explicarme hoy cómo tuve tiempo para leer todos aquellos libros en medio de mis odiosas lecciones. Pero los leí, y para consolarme de mis desgracias, grandes para mí, me identifiqué con mis héroes favoritos, trasformando todos aquellos que inspiraban antipatía en Mr. Murdstone y su hermana. Fuí durante toda una semana un Tom Jones, — un Tom Jones niño, criatura inocente, — y durante todo un mes Roderick Random. No me acuerdo en qué libro lo ví, pero el caso es que me interesé por un bravo capitan de marina y sus aventuras, y cambiándome por él, y armado con una caja de hojalata recorrí mil veces toda nuestra casa de arriba abajo, desafiando á los salvajes que me quisieran prender. El capitan no hizo jamás traicion á la dignidad de su grado por mas que le calentaran las orejas con la gramática latina.

Contra todas las gramáticas del mundo saboreé así las mas consoladoras ilusiones. Sentado en mi cama, embebido en mis libros sin fijarme en los gritos de los demas muchachos del pueblo que jugaban debajo de mis balcones, asociaba de aquel modo los lugares que me rodeaban á aquellas imaginarias aventuras. ¡Cuántas veces no vi á Tom Pipes subirse hasta el campanario como si hubiera sido sobre el mástil de su navío, y á Strap pararse á la puerta de nuestro jardin con su cartapacio al hombro! Sabia positivamente que el comodoro Trunion tenia su club, con Peregrine Pickle, en una sala de la taberna donde se reunian los aldeanos de nuestro pueblo.

El lector comprenderá ahora, tan bien como yo, qué carácter debia yo tener en el momento del episodio de la historia que voy á contarle.

Una mañana, al entrar en la sala con mis libros, noté la fisonomía inquieta de mi madre y la severa de miss Murdstone, mientras que Mr. Eduardo ataba alguna cosa al rededor de su baston, — baston elástico y delgado que dejó de arreglar para empezar á hacer con él el molinete.

— Os repito, Clara, dijo Mr. Murdstone, que me han azotado mas de una vez.

— Ciertamente, dijo miss Murdstone.

— Lo creo, querida Juana, tartamudeó mi madre; ¿pero... creeis que le sentaria bien á Eduardo?

— ¿Y pensais que me ha hecho mal, Clara? preguntó Mr. Murdstone con gravedad.

— ¡Ese es el punto de la cuestion! dijo su hermana.

— Sí, teneis razon, mi querida Juana, replicó mi madre.

Y no volvió añadir ni una palabra.

Sospechaba que yo era parte interesada de este diálogo, y traté de asegurarme mirando á Mr. Murdstone que me miró en aquel momento.

— David, me dijo, hoy tienes que aplicarte mas que de costumbre.

Al hablar agitó de nuevo su baston, acabó de atar el apéndice de que he hablado, le dejó apoyado contra su butaca echándome una ojeada significativa, y cogió el libro.

Habia motivo mas que suficiente para despertar ciertas memorias perezosas; pero no la mia, pues entonces sentí que se me olvidaban todas las lecciones. En vano traté de recordarlas; empezamos mal, y cada vez fué peor. Precisamente aquel dia tenia la idea de distinguirme, creyéndome bien preparado, pero no hice mas que acumular falta sobre falta; miss Murdstone no cesaba de espiarnos « con toda su entereza »; así cuando me dirigió la cuestion de los cinco mil quesos, — que Mr. Murdstone cambió por bastones aquel dia, - mi madre echó á llorar.

— ¡Clara! dijo miss Murdstone con su voz mas grave.

— No me siento bien, respondió mi madre.

Ví á Mr. Murdstone lanzar una ojeada á su hermana, levantarse y coger el baston.

— Juana, dijo, no podemos esperar ver á Clara que resista con una gran firmeza los tormentos á que David se ha hecho acreedor. Clara se ha fortificado mucho, pero no hay que exigir demasiado de ella. David, vamos á subir juntos, hijo mio.

Me arrastró hácia la puerta : mi madre corrió hácia nosotros. Miss Murdstone dijo : « ¡Clara, veo que estais medio loca! » y con esta frase la contuvo. Entonces ví que mi madre se tapaba los oidos y empezaba á sollozar.