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Lo Irreparable — 221

que...! Oye, escucha — se atajó de pronto —, debo callar y me callo. No es que afecte a su honor seriamente lo que aludo; pero sí te probaría, si lo supieses, que ella quiere a aquel a quien le concedió tales favores. ¡Y hablemos de otra cosa!

Le dió un fustazo a la jaca, que en su libertad había acabado por pararse a comer ramas de un tronco, y Athenógenes respetó delicadamente la tardía prudencia del amigo. El uno dedicábase a guiar. El otro, mirando cómo al trotar erguía la breve cola el caballo, a deducir sobre una proporción entre la fealdad de Jaime y la gentileza de Emeria, la posible gravedad de los favores. ¿Serían de tal índole que se la imposibilitasen a él? ¡Cuan lejos el bello juez se encontraba, con sus designios de boda, de honorable establecimiento, cuyas bases tendrían que ser la pureza de un cariño y el sólido resplandor digno de una posición que aún más abrillantase la suya... del furtivo cazador de dotes. La indecisión le seguía. Margot, sí, más adorable, más noble; pero problemática. Emeria, más salada como mujer, y ofrecida enteramente. No había por qué descontar a ésta... aún. El celoso, por vanidad, y «porque se la dejasen libre», abultaría probablemente el valor de los favores. ¡Le adivinaba! Descubríaselo, asimismo. la ruptura de relaciones por la propia Emeria... ¿es que tan sin más ni más una mujer despide a un novio que «la ha comprometido»?

Sonó otro coche, detrás, oído desde el faetón