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La Pulgarcilla

bran en el campo: entiérralo en un tiesto de flores, y tendrás lo que deseas.»

La viuda dió las gracias á la hechicera por su donativo, pagándole muy gustosa los doce schillings que le exigió por el grano. Al llegar á su casa lo enterró en la forma indicada, y en el acto brotó ana flor grande, magnífica, de colores brillantes, parecida á un tulipán si bien aún no estaba abierta.

—«¡Qué hermosa es!» exclamó la viuda, depositando un beso sobre sus pétalos pintados de ámbar y púrpura, á cuyo beso se abrió la flor, produciendo un ruido semejante á una detonación. Pero ¡oh sorpresa! En el centro, sentada sobre el pistilo, descansaba una hermosa niña muy chiquitita, que era un modelo de gracia y gentileza; y como apenas llegaba su estatura á la mitad de una pulgada, empezó á llamarla Pulgarcilla.

Dióle por cuna una preciosa cáscara de nuez bien barnizada, por colchones algunas hojas de violeta y por cobertor el pétalo de una rosa. En ella dormía la preciosa niña durante la noche; pero de día jugaba sobre la mesa, en la cual la viuda colocó al efecto un plato lleno de agua y ceñido con una guirnalda de flores. Flotaba sobre el agua un pétalo de tulipán, y en él solía instalarse la Pulgarcilla, la que sirviéndose de dos pajuelas como de remos, bogaba por el plato, pasando de una orilla á otra. ¡Encantador espectáculo! Además, la niña sabía cantar con una voz tan dulce, tan penetrante y melodiosa, que no era posible oirla sin contener la respiración, para no perder una sola nota de aquella música adorable.

Una noche, mientras dormía en una cuna, un sapo asqueroso penetró en la habitación por el hueco de un cristal roto. ¡Qué animal tan feo, rechoncho y pegajoso era el tal sapo! El intruso saltó sobre el velador en donde dormía la Pulgarcilla cubierta con su hoja de rosa.