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Segundo Huarpe

Mi madre se levantaba al amanecer. Ella debía ver entrar la gente al trabajo, recorrer el lagar, la bodega, y sólo entonces se unía a nosotros para tomar juntos el desayuno. Hecho ésto, corríamos a ver descargar la uva llevada desde los plantíos al lagar, y verla después pisar por recios mozos al son de alegres cantares. Más tarde nos llamaba el trasiego a la bodega, y allí nos quedábamos jugando en el suelo terrizo hasta que algún murciélago nos espantaba con su grito diabólico.

Al anochecer el corredor era alumbrado pálidamente por la luz de un farol adosado al muro y un perfume suave mundaba toda la casa. Aquella noche mi madre cosía a la luz de una lámpara. Estaba contenta. Había recibido carta de nuestro padre. Nosotros la dijimos:

—Madre, cuéntenos Vd. la historia del "loco Castro". Siempre nos lo prometió y nunca lo hizo.

—Sí, se las contaré a Vds., dijo animosa. Esta noche estoy contenta. Vuestro padre está bien, vendrá pronto.

—El "loco Castro"... No hará a Vds. mal esta historia?...

—No, dijimos a una.

—Bien: Sabrán Vds. que el "loco Castro" no se llama Castro; no sé yo por qué motivo las gentes apellídanlo así; pero sí sé que lo de "loco" y lo de Castro se liga a algo extraordinario que a este hombre sucedió. Vosotros le habéis visto, como los demás niños, y como todo el mundo, vagar por las calles, harapientodesgreñado, hablando solo, gesticulando, y detenerse algunas veces para post rarse y orar. Fué este hombre en sus mocedades un comerciante estimable; más tarde,