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Segundo Huarpe

recogiendo poco a poco el ala. Ella avanzó, la boca temblorosa, el pecho palpitante; sus ojos eran dos enormes turquesas lubrificadas por la pasión. El ave orgullosa sintió el calor de la llama que se le aproximaba y se apaciguó. Puso la loca suavemente la mano en el terciopelo turquí de la cabeza y el animal cerró los ojos. Le tomó, le alzó, dió un beso en el ala herida y hechó a correr con él. Llegó a la gruta; estaba obscuro. Huyó hacia un viejo y ralo granado, y allí, bajo un palio de sol recamado de ramas y frutos rasgados, sangrientos, la pobre loca volvió a besar el ala herida; y desplegando la otra ala, la altanera, acercó a su boca el flanco cubierto por ella y aspiró el calor tibio, de vida... Después apartó al animal en sus manos abiertas, como en patena, para mejor verle, y le dijo gimiendo:

—Ingrato!... Por qué no bajaste cuando te llamaba?... por qué?...

Quiso aproximarle de nuevo para besarle en la cabeza, y el pájaro dióla un picotazo en la boca. El picotazo no la sacó sangre, sólo le puso la boca más roja..como las granadas del palio.

Vínole entonces ira, ira amarga: apretó al pájaro con las dos manos, se lo restregó con fuerza en el pecho desnudo, y, alzándole alto, lo arrojó al suelo... y cayó, cayó al lado del pájaro y se durmió.

Cuando el frescor del atardecer la despertó, alzó la cabeza y vió al leñador junto a ella.

—Y el secreto?, le dijo el viejo.

—Qué secreto...?

—El que me prometiste, repuso el hombre, con dureza.

—Tengo frío... — dijo la loca y cerró otra vez los ojos.

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