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Cuentos cortos

Un día díjome mi mujer:

—Pero este perro no ladra!, es raro...

—Ladrará, mujer, ladrará... Mi tío solía decir que en los perros acontece lo que en la criatura humana, que no son las más inteligentes las que primero hablan.

Efectivamente, "Remigio" tardó en ladrar, pero ladró admirablemente. Su ladrido parecía un acorde de arpa que dijera "Darwin!... Darwin!..."

—Si este animal parece que hablara!, decía mi mujer.

—Claro es que habla!, y dice cosas muy hondas...

Cuando yo volvía del hospital malhumorado, contrariado por algún desastre operatorio o por alguna mala pasada de esas que nos jugamos los médicos, me dejaba caer como un plomo en mi sillón giratorio y "Remigio" era mi consuelo. Antes que mi mujer estaba el cachorro en el umbral como demandando permiso para entrar. Más de una vez le arrojé un libro que pasó cerca de él como una bala. Pero el fiel "Remigio" volvía; primero asomaba la cabeza, después algo más, por fin estaba otra vez de cuerpo entero en el umbral. Meneaba la cola, gemía, hasta que yo hacía un movimiento que él interpretaba como un permiso; entonces se precipitaba sobre mi, se restregaba contra mis piernas, me lamía las manos, la cara, y parecía decirme: "consuélate, esa gente que has matado en el hospital no la has matado tu, que la mató la enfermedad." Yo le tomaba de las orejas, entre reconocido y fastidiado, y se las tiraba hasta que "Remigio" daba un grito de dolor.

Pero la pubertad asomaba ya en "Remigio" y el cachorro comenzaba a sentirse un mozo. Mi mujer díjome en cierta ocasión: — Este animal que antes no salía de