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Cuentos cortos

una espina que la incaba cuando estaba a solas. Sería cierto?... Su marido nunca le dijo que la dama achacosa fuera su cliente. — Si "Corso" hablara... — decía Doña Perpetua.—Y más de una vez fuése al establo. (Seguro que la noble bestia diría para su capote: ni aquí me dejan tranquilo) Doña Perpetua observaba a "Corso", y repetía entre dientes: "Si este pobrecillo tuviera el don de la palabra!"—El animal parecía que entendía, dejaba de comer, se mosqueaba con la cola, como preparándose para el discurso... y después hundía la cabeza en el pesebre, como si exclamara con fastidio: qué me viene Vd. con esa música Doña Perpetua...

La sencilla mujer salía descorazonada, y después de unos dos o tres suspiros dirigíase aliviada a reunirse con su marido.

Pero el demonio es tentador. La santa mujer se hizo un día esta reflexión. Si "Corso" tiene el talento de pararse solo en las casas de los enfermos que asiste mi marido, claro está que si yo paso en la calesa por lo de la dama achacosa el dócil animal ha de detenerse y se habrá descubierto el pastel".

Hízolo así Doña Perpetua. Una tarde que el viejo médico echaba cuentas, manifestóle su mujer deseos de dar un vueltecilla en la calesa. Cayó la limonera sobre los sufridos lomos de "Corso", y a andar. Pero el pícaro animal sabía que esa tarde no iba el galeno en la calesa: lo sabía porque necesitaba de mayor esfuerzo para tirar del carruajecillo, y lo sabía por un temblor de las riendas que le daba cierto cosquilleo en el pescuezo, fué por eso que no se detuvo en casa de la dama achacosa.

Fuera de sí, Doña Perpetua, púsose a toda brida en camino de la casa. Llegó, y lo primero que hizo al ba-