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Fué en el ardiente Enero. Los labradores de una aldea de provincia mediterránea veían agostarse sus sembrados, achicharrarse los sandiales y los trigos en flor, y doblar las frondosas parras sus trepadores sarmientos cargados de racimos pintones, á la influencia del calor que hacia reverberar la atmósfera, como si hirvieran los gases volátiles y fuese á incendiarse la tierra.
Ya no había remedio. La vertiente de la montaña vecina había suspendido