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136 — Cuento de Navidad

ser bueno: ¿porqué Melchor, Gaspar ó el otro, el Negro, no habían de poner á Polichinela en su cama de niño pobre?...


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Un casal de mirlos, con gorjeos intermitentes, saluda á la nueva mañana, y el calor pica derramando efervescencias vitales. Desde el último piso de la casa, bajo el techo de caprichosas pizarras, se domina el barrio. En la calle, en las espaldas del río, en el cielo de azul purísimo, todo es encantador como la sonrisa de la infancia alegre.

La ciudad despierta, y Marta, que ha velado á su hijo, no duerme. Brilla en sus ojos llanto, tan conocido de las humildes paredes; y siente ecos fúnebres en el silbato del tren vibrante. Cree sentir en las sienes los latidos del corazón del niño y le oye, en la fiebre, murmurar palabras incomprensibles. Está sola. Las cartas que escribió pudieron ser firmadas por el desaliento ¡tantas veces ha escrito inútilmente!... El sol se mofa, riendo en el pobre cortinaje; una bujía arde frente á un santo, y tres golondrinas cortan el aire azul, persiguiendo en el regocijo del vuelo los repiques de un campanario.


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¡Qué lindo espectáculo! — exclamaba un