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A. RIVERO
 

nes estaban estropeados y las llamas, avanzando hacia los repuestos de municiones, amenazaban con una explosión, y por eso el almirante ordenó proa a la costa, frente a punta Cabrera, y aunque antes de llegar a la playa se pararon las máquinas, el im- pulso inicial llevó el buque hasta un paraje cercano ^. No hubo necesidad de afrontar el trance doloroso de arriar la gran bandera de combate; ella, tal vez por algo inexplicado, tocó las llamas que consumían un mástil, y a poco tiempo, destruida por el fuego, sus pavesas, aventadas por la brisa, se disolvieron en las aguas de la mar.

El honor quedaba salvo y también cumplimentadas las Ordenanzas de la Armada que prescriben tal medida, en caso de un combate desgraciado, para evitar ser presa del enemigo.

La mayor parte de los botes eran un conjunto de astillas y por eso el salvamento fué muy difícil, dándose permiso al personal que sabía nadar para que ganasen a nado la costa. Mi padre se arrojó al agua en los últimos momentos, asistido por los cabos de mar Juan Llorca y Andrés Sequeiro. Iba asido a un cuartel que tomaron a remolque los citados cabos de mar, y yo le empujaba por detrás; pero a poco solta- ron el remolque los cabos y yo continué empujándolo hacia la playa, habiendo tenido la dicha de lograr mi objeto con la ayuda de Dios.

Tres cuartos de hora más tarde comenzaron a llegar botes americanos que ve- nían por sus prisioneros.»

— jiEs cierto, señor Cervera, el dicho de algunos periodistas y autores de que los cubanos hicieron fuego sobre los supervivientes de la catástrofe.f^

— «A la tripulación del Teresa no le hicieron fuego los insurrectos; pero sí envió el cabecilla que andaba por allí un emisario al almirante diciéndole que si se entregaba a ellos, los trataría muy bien. A lo que le contestó que él se había rendido a los americanos, pero no a los insurrectos.»

Don Ángel continuó su felato: — «En cuanto a los demás buques, usted sobrada- mente conoce lo ocurrido. El Vizcaya, mandado por el bravo Enlate, se lanzó también contra el Brooklyn, el buque enemigo de más andar, y con la intención de abor- darlo; pero el Brooklyn le enseñó la popa y, describiendo un 8, se echó fuera, enfi- lando, después de la maniobra, sus gruesos cañones contra el Vizcaya] a las once y media, cuando ya no había a bordo de este crucero ni un solo sirviente ileso, ni una sola batería que no estuviese inutilizada, con su comandante herido, pero sin entregar el mando, y después de oír el consejo de sus oficiales, maniobró con toda la velocidad remanente, lanzándose contra los arrecifes del Aserradero y embarran- cándolo.

El Colón, comandante Díaz Moreu, el buque mejor protegido de la escuadra, aunque falto de sus gruesos cañones, solamente tuvo un muerto y unos pocos heri- dos; todos los demás perdieron, a lo menos, un tercio de sus dotaciones. Este bu- que, que había ganado gran trecho a sus perseguidores, fué perdiéndolo por decaer la velocidad a causa de la baja de presión en sus calderas al consumir el poquísimo carbón bueno que tenía, y empezar a quemar el que hizo en Santiago, y entonces comenzaron a caer a su alrededor los gruesos proyectiles del Oregón y otros acora- zados enemigos que venían a su alcance. Poco más de la una de la tarde sería cuando embarrancó en una playa, donde desemboca el río Tarquino, aunque sin recibir gra- ve daño 2.

El Oquendo, desde el instante de su salida, recibió los fuegos combinados del In-

1 Más tarde este crucero se fué a pique cuando se trató de remolcarlo a los Estados Unidos. — N. del A.

2 La Prensa americana, y hasta el senador H. Cabot Lodge en su libro, acusaron públicamente al coman- dante del Colón de haber abierto traicioneramente las válvulas, echando a pique el buque después de ren- dido.— iV. del A,