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A. RIVERO
 

hasta el 1 3 en que la brigada Haines se dirigió a flanquear las posiciones del Guama- ní^ mientras que el mismo general Brooke emplazaba sus cañones a la salida de la ciudad para batir de frente las posiciones españolas.

Esta operación, tan festinada, parece un alarde á^ postguerra^ toda vez que ese día 13 para nadie era un secreto en Puerto Rico que el Protocolo de Paz se había firmado. Era este general Brooke un hombre enérgico, tal vez demasiado rígido, que pie a tierra, y armado con solo un bastón, marchaba confundido con los sirvientes de las piezas de artillería.

El reconocimiento ofensivo efectuado el 8 de agosto sobre el camino de Guayama, dominado por las posiciones españolas de Pablo Vázquez (Guamani), es una mancha de tinta caída sobre el croquis de las operaciones del general Brooke; en aquel día la disciplina y hasta el sentido común quedaron muy malparados. Aún después de veintitrés años se ríen las guayamesas recordando los gritos y nervosidades de los fugitivos soldados del capitán Walsh, cuando en su hábil retirada buscaron refugió en la ciudad, alarmando a todo el Cuartel General.

El general Henry y el general Garretson, durante el desembarco y captura de Guánica y combate subsiguiente de la Desideria, probaron poseer condiciones de mando y golpe de vis:a. La ocupación de la altura, donde estaba y está la casa de Quiñones, decidió la victoria. Fué un error del teniente coronel Puig presentar com- bate en las planicies de la hacienda Desideria, dominadas a tiro de fusil por la loma de Quiñones.

En cuanto a las operaciones del mismo general Henry, hasta Utuado por Ad- juntas, debe anotarse que la lentitud de su marcha, aunque justificada en parte por el mal estado del camino, impidió que sus fuerzas estuvieran en Lares en la mañana del 13 de agosto para cerrar los vados del río Guasio a la columna de Oses.

Y, por último, nos resta analizar, bajo su aspecto de guerra, la labor del general Schwan. Ante todo, recuerde el lector que esta brigada estaba constituida, total- mente, por tr( pas regulares de las tres Armas, y que a su frente marchaban los ex- ploradores portorriqueños mandados por Mateo P^ajardo, Lugo-Viña y Celedonio Carbonell.

Hasta San Germán todo marchó perfectamente; la columna cubría sus etapas con todas las precauciones del caso; pero desde San ( jermán al río Guasio, la buena suerte de dicho general y las torpezas de Soto y Oses, convirtieron en ruidoso triunfo lo que debió ser, primero una gran derrota, y después un copo.

Frente al Asomante y al Guamani^ al sonar los clarines de parlamento, dos pu- ñados de españoles mantenían a raya a dos columnas mandadas por expertos gene- rales; pero en el río Guasio, aquel mismo día y a la misma hora, la retaguardia des- moralizada de la columna de Oses, se rendía a discreción, sembrando el campo de fusiles, mochilas y r*estos de su equipo. Los soldados que casi a nado pasaron el vado de Zapata, junto con los que se rindieron, eran muchos más que sus perseguí-