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98 ISONDÚ

franjas el recinto; y en el pavimento cuajado de ópa- los, sobre la pulida crisofasia y el ágata, brotaba de tre- cho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta me- tálica soplada muy levemente.

¡Puck se había entrometido en el asunto, el pícaro Puck! Él había llevado el cuerpo del delito, el rubí falsificado, el que estaba ahí, sobre la roca de oro como una profanación entre el centelleo de todo aquel encanto.

Cuando los gnomos estuvieron juntos, unos con sus martillos y cortas hachas en las manos, otros de gala, con caperuzas flamantes encarnadas, llenas de pedrería todos curiosos, Puck dijo así :

— Me habéis pedido que os trajese una muestra de la nueva falsificación humana, y he satisfecho esos deseos.


Pausa.

— ¿Habéis comprendido?

Los gnomos muy graves se levantaron.

Examinaron más de cerca la piedra falsa, hechura del sabio.

— ¡Mirad, no tiene facetas!

— Brilla pálidamente.

— ¡Impostura!

— ¡Es redonda como la coraza de un escarabajo!

Y en ronda, uno por aquí, otro por allá, fueron a arrancar de los muros pedazos de arabesco, rubíes gran- des como una naranja, rojos y chispeantes como un dia- mante hecho sangre; y decían : — He aquí lo nuestro, ¡0h madre tierra!