á la más estricta finura, propia de los hombres de la sociedad á que él pertenecia, vengó tan cúmplidamente á Clemencia de las perversas y traidoras intenciones de su prima, que esta, en quien siempre predominaba la bondad, se sintió impulsada á desear que estuviese el hombre á quien amaba con vehemencia, ménos seco y rechazador con su prima.
Clemencia nunca habia sentido celos, y tampoco nunca habia comprendido que hubiese mujeres que provocasen á los hombres; y ménos, que esto lo hiciese una mujer casada.
— Estas tristes cosas, que por vez primera vió y sintió, cubrieron su hermoso y franco rostro como con un velo de tristeza, que era muy sincera para ensayar el disimular su malestar con una alegría y animacion ficticia.
Lo que motivaba esta suave tristeza, por no estar en antecedentes secretos, nadie lo comprendió sino el Vizconde, á quien partió el corazon, y Sir George, que se dijo: —Mucho debo á la loquita Marquesa de Valdemar.
—¡Estais triste ó preocupada contra vuestra costumbre, Clemencita! dijo Don Galo lleno de amable interés y de intempestiva desmana.
—No estoy triste, Don Galo, pues gracias a Dios no tengo motivo para estarlo, respondió Clemencia.
—¡Con que, dijo Alegría á Sir George, con que decididamente no vendréis á Madrid?
—No, soñera.