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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Durante nuestra permanencia en Maldonado enriquecí mi colección con algunos cuadrúpedos, 80 especies de aves y muchos reptiles, incluyendo nueve especies de culebras. De los mamíferos indígenas el único de algún tamaño que resta ahora, y es bastante común, es el Cervus campestris. Este ciervo es extremadamente abundante, a menudo en pequeños rebaños, en todo el territorio de las riberas del Plata y en la Patagonia Septentrional. Si una persona, arrastrándose bien por el suelo, se acerca poco a poco a un rebaño, el ciervo, frecuentemente, por curiosidad, se aproxima a reconocerla. De este modo he matado desde el mismo sitio tres individuos de un mismo rebaño. Aunque tan confiados y curiosos, al ver venir un jinete estos animales se muestran muy asustadizos y esquivos. En este país nadie camina a pie, y el ciervo sólo ve en el hombre a su enemigo cuando está montado y armado con las bolas. En Bahía Blanca, establecimiento reciente de la Patagonia Septentrional, me sorprendió observar el poco caso que hacía el ciervo del ruido de los disparos: un día tiré 10 veces a uno de ellos en un espacio de 80 metros, y más le asustó el choque de la bala contra la tierra que el estampido de la escopeta. Habiéndoseme agotado la pólvora, me vi precisado a levantarme (sea dicho para afrenta de mi destreza venatoria, aunque puedo matar pájaros al vuelo) y di voces hasta que el animal huyó corriendo.

La particularidad más curiosa relativa a este animal es el olor fuerte, ofensivo e insoportable que despide el macho. No hay palabras para expresarlo: varias veces, mientras degollaba el ejemplar que ahora está montado en el Museo Zoológico, estuve a punto de desmayarme de náuseas. Até la piel a un pañuelo de seda y así la llevé a casa: el pañuelo se lavó bien y seguí usándolo, repitiéndose, como es natural, los lavados; sin embargo, por espacio de un año y siete meses, siempre que lo desdoblaba percibía distinta-