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tierra del fuego

su vestido se reduce a una manta hecha de piel de guanaco, que usan con la lana para fuera; se la echan sobre los hombros, y no cuidan de que los cubra o no el resto del cuerpo. Tenían la piel de un sucio color cobrizo.

El viejo llevaba atada alrededor de la cabeza una cinta con plumas blancas, sujetando en parte sus negros, ásperos y enmarañados cabellos. Su rostro estaba cruzado por dos anchas barras transversales, la una pintada de rojo vivo, que le llegaba de oreja a oreja, pasando por el labio superior, y la otra, blanca como tiza, extendida sobre la primera y paralela a ella, de modo que le cogía también los párpados. Los otros dos hombres se adornaban con anchas rayas de polvo negro, hecho de carbón vegetal. El grupo se parecía mucho a los diablos que salen a escena en Der Freischütz.

Sus mismas posturas eran abyectas, y la expresión de sus rostros, recelosa, sorprendida e inquieta. Después que les regalamos alguna tela de color escarlata, en varios trozos, que inmediatamente se ataron alrededor del cuello, se hicieron buenos amigos. Así se manifestó por las palmaditas que el viejo nos dió en el pecho y un chasquido peculiar de la lengua, parecido al que hacen las aldeanas para llamar a las gallinas. Paseé con el viejo, y esta demostración de amistad se repitió varias veces, terminando con tres puñadas que me dió en el pecho y espalda a un tiempo. Luego se descubrió el pecho para que yo le devolviera el cumplido, y cuando lo hice quedó altamente satisfecho. El lenguaje de estos fueguinos, según nuestro modo de pensar, apenas merece el nombre de articulado. El capitán Cook lo ha comparado al carraspeo que se hace al limpiarse la garganta; pero puedo asegurar que jamás oí a ningún europeo limpiarse la garganta con sonidos tan broncos, guturales y crepitantes.