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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

iban a condenar, y por esto no podían casarse con las criollas que eran católicas y apostólicas romanas. No los dejaban entrar a las casas, y en muchas de ellas pusieron un criollo fiel (un negro) en la puerta con un buen zurriago para que las cascara de lo lindo, si intentaban pasar por la vereda.

Sin embargo, hubo entre ellos uno más diablo que los otros, que se dejé de andar por las ramas y se fué al tronco. Lo nombraré, porque el caso es uno de los más aplaudidos de aquel tiempo inolvidable en que al pan le llamaban pan, y al vino, vino; y de que me acuerdo como si fuera ahora mismo.

Fué este héroe mister John Tompson, el primer marido (porque en segundas nupcias casó con Mr. Mandeville, francés) de la espiritual señorita doña María Sánchez, casamiento a que se oponían sus padres por achaques de religión, pues siendo judío el inglés se iría al infierno la niña.

Pero el inglés que no era lerdo, parodiando al duque de Buckingham con Ana de Austria, se entendió con el aguatero de la casa, pues, como es sabido, en esos tiempos, no había aguas corrientes, ni pestes; y tomando su traje y pintándose la cara de sucio, para que la mamá (todas las criadas, como sucede, estaban en el secreto) no lo conociera, entraba a la casa a distribuir y llenar el baño para su Dulcinea, que lo esperaba con cariñoso anhelo, a recoger una miradita siquiera, del rubio inglés, y darle un pellizco de esos que daban entonces a manera de cariños, como para advertirles que no se desmandaran diciéndoles algo que diera al traste con el recurso inventado.

¡Y dicen que ahora las gentes son tan vivas y tan diablas!