Página:Cañas y Barro (novela).djvu/46

Esta página ha sido corregida
42
V. Blasco Ibáñez

pescado!... ¡Vamos, que había para reventar de rabia!

En la época de la siembra, cuando las tierras estaban secas y recibían el arado, Tono llegaba sudoroso, después de arrear durante todo el día las caballerías alquiladas. Su padre rodaba en torno de él, husmeándolo con maligna fruición, y después corría á la taberna, donde dormitaban con el vaso en la mano sus camaradas de los buenos tiempos. ¡Caballeros, la gran noticia!... Su hijo olía á caballo. ¡Ji, ji! ¡Un caballo en la isla del Palmar! Ya había llegado lo del mundo al revés.

Aparte de estos desahogos, el tío Paloma conservaba una actitud fría y aislada en medio de la familia del hijo. Entraba por la noche en la barraca con el monòt al brazo, una bolsa de red y aros de madera que contenía algunas anguilas, y empujaba con el pie á su nuera para que le dejase sitio en el fogón. Él mismo se preparaba la cena. Unas veces enrollaba las anguilas atravesándolas con una varita y las guisaba al ast, tostándolas pacientemente por todos los lados sobre las llamas. Otras iba á buscar en la barca su antiguo caldero lleno de remiendos, y guisaba en such alguna tenca enorme ó confeccionaba una sebollá, mezclando cebollas con anguilas, como si preparase la comida de medio pueblo.

La voracidad de aquel viejo pequeño y enjuto era la de todos los antiguos hijos de la Albufera. No comía seriamente más que por la noche, al volver á la barraca, y sentado en el suelo en un rincón, con el caldero entre las rodillas, pasaba horas enteras silencioso, moviendo á ambos lados su boca de cabra vieja, tragando cantidades enor-