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Cañas y barro

los pájaros que hábiles ojeadores hacían surgir á bandadas de los cañares con palos y gritos; y en el extremo opuesto, el tío Paloma, socarrón, malicioso, con la vieja escopeta entre las piernas, matando las aves que escapaban á la gran dama y avisándola en un castellano fantástico la presencia de los collvèrts: «¡Su Majestad... ojo! Por detrás le entra un collovierde

Todos los personajes quedaban satisfechos del viejo barquero. Era insolente, con la rudeza de un hijo de la laguna; pero la adulación que faltaba á su lengua la encontraba en su escopeta, arma venerable, llena de composturas, hasta el punto de no saberse qué quedaba en ella de la primitiva fabricación. El tío Paloma era un tirador prodigioso. Los embusteros del lago mentían á sus expensas, llegando á afirmar que una vez había muerto cuatro fúlicas de un tiro. Cuando quería halagar á un personaje mediano tirador, se colocaba tras él en la barca y disparaba al mismo tiempo con tal precisión, que las dos detonaciones se confundían, y el cazador, viendo caer las piezas, se asombraba de su habilidad, mientras el barquero, á sus espaldas, movía el hocico maliciosamente.

Su mejor recuerdo era el general Prim. Lo había conocido en una noche tempestuosa llevándolo en su barca á través del lago. Eran los tiempos de desgracia. Los miñones andaban cerca; el general iba disfrazado de obrero y huía de Valencia después de haber intentado sin éxito sublevar la guarnición. El tío Paloma lo condujo hasta el mar, y cuando volvió á verle, años después, era jefe del gobierno y el ídolo de la nación. Aban-