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1 yando su mano en el hombro de Jaime.- Estás herido?

Jaime movió la cabeza haciendo una seña negativa, pues no podía hablar.

-Es, indudablemente, un bravo muchachodijo el hombre que me estaba sujetando.

-Ahora-añadió el amo,-así que te refresques un poco, Jaime, salgamos de este sitio tan pronto como podamos.

Al dirigirnos á la puerta de entrada oí en la plaza un gran ruido de herraduras de caballos y ruedas de carruajes.

-¡La bomba de incendios!-gritaron dos ó tres voces, ¡apártense !-y, como dos exhalaciones, entraron en el patio dos caballos, arrastrando una pesada máquina de vapor. Los bomberos saltaron al suelo, y no tuvieron necesidad de preguntar dónde era el fuego, pues las llamas envolvían ya toda la parte alta de la caballeriza.

Salimos á la plaza, tan ligeros como pudimos; brillaban las estrellas, y, á excepción del ruido que dejamos á nuestra espalda, todo era allí silencio y tranquilidad. El amo nos encaminó á otra posada que había al extremo opuesto de la plaza, y tan luego como se presentó el mozo, dijo aquél á Jaime :

-Yo me voy á tranquilizar á la señora; dejo á tu cuidado los caballos, y dispón todo lo que