Página:Azabache (1909).pdf/90

Esta página no ha sido corregida
— 86 —

atalajar un caballo; me acarició y me dijo algunas palabras, conduciéndome á una gran caballeriza donde había seis ú ocho pesebres y dos ó tres caballos. El otro mozo trajo á Jengibre, y Jaime permaneció sin separarse de nosotros mientras nos frotaban y limpiaban.

El viejo me limpió en un momento y con la mayor destreza, y cuando terminó, Jaime se me acercó y me pasó la mano, como sospechando que no estuviera bien limpio, pero me encontró en el más perfecto estado.

-Me tenía por listo para limpiar un caballo -dijo, y consideraba á Juan más listo aún ; pero ya veo que usted nos gana, y confieso que nunca he visto ni mayor ligereza, ni mayor perfección.

-La práctica lo hace todo-contestó el viejo, -y sería una vergüenza que después de cuarenta años de ejercicio no supiera hacer eso bien.

En cuanto á lo de ligereza, es cuestión de hábito; si usted se acostumbra á hacer las cosas ligero, llega á hacérsele tan fácil como hacerlas despacio, ó más, me atrevo á decir. No se amolda á mi temperamento ni á mi salud, emplear más tiempo en hacer una cosa, que el que sea absolutamente preciso. He vivido entre caballos desde que tenía dove años de edad, en establos de carrera, y en establos de caza; y como soy