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blecido para poder ser trasladado á casa de mi amo, donde creo que hicieron cuanto pudieron por mí. A la mañana siguiente entró aquél en la cuadra, acompañado de un albéitar, que, después de reconocerme con detención, dijo:

—Esto es efecto de excesiva fatiga, más que de enfermedad alguna, y si le da usted un descanso de seis meses en un buen potrero, volverá á estar útil para el trabajo; pero, hoy por hoy, no hay una onza de fuerza en él.

—Pues tendrá que ir á que se lo coman los perros, pues yo no tengo potrero para cuidar caballos enfermos, además de que no es seguro que se reponga, y eso no me conviene; mi sistema es trabajarlos hasta que no puedan más, y luego venderlos por lo que den, aunque sea para que hagan botones con sus huesos y parches de tambor con su pellejo.

—Si fuera cosa de los pulmones—dijo el albéitar,—aconsejaría á usted que lo sacrificase; pero no es eso; y como sé que dentro de unos días han de venir por aquí á comprar caballos de desecho, si le da usted completo descanso y buen alimento, puede enderezarse lo bastante para que saque por él más de lo que vale el pellejo.

Nicolás Cantueso, aunque no de muy buena gana, siguió el consejo, dando sus órdenes para que me cuidasen y alimentasen bien, y el mozo