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1 -dijo Perico á su amigo,-siempre que no sean falsos ó muy duros de boca.

-No tiene el más pequeño vicio-contestó el otro, y su boca es muy suave, creyendo yo que esto fué la causa del accidente. Había pasado varios días sin hacer ejercicio, porque el tiempo estaba malo, y cuando salió enganchado llevaba más vapor que una locomotora. El cochero le puso los arneses todo lo apretados que pudo, con martingala, engallador, una fuerte cadenilla barbada, y las riendas en la última anilla del bocado. Esto, en mi concepto, exasperó más al caballo, que era tierno de boca y estaba lleno de bríos.

-Es muy posible-dijo Perico.-Iré más tarde á verlo.

Al siguiente día, Corzo, que éste era su nombre, vino á casa; era un fino animal, de color retinto, sin un pelo blanco en todo su cuerpo, tan alto como Capitán, de hermosa cabeza y sólo cinco años de edad. Lo saludé afectuosamente, como compañero; pero no le hice pregunta alguna. La primera noche la pasó muy intranquilo. En vez de acostarse, estuvo agitando el ronzal de la cabezada, y haciendo golpear la valla contra el pesebre, en términos que no me dejaba dormir. Sin embargo, al día siguiente, después de cinco ó seis horas de trabajo en el