La lluvia empezaba á caer con fuerza, y ape-nas nos habíamos separado unos pasos del hospital, cuando se abrió de nuevo la puerta, y se asomó el portero gritando :
-¡Cochero !
- Nos paramos, y vimos que una señora bajaba la escalinata. Perico pareció reconocerla..
- Segovia! es usted?- dijo la señora ;mucho me alegro de verlo aquí, pues es la persona que necesito. No es cosa fácil encontrar hoy un carruaje por estos alrededores.
-Mucho gusto tendré en servir á usted, señora; ¿quiere usted que la lleve á alguna parte?
-Sí; á la estación del Norte, y si tenemos allí tiempo, como supongo, me hablará usted de Paulina y de los muchachos.
Llegamos á la estación con tiempo, y allí, bajo techado, la señora tuvo un rato de conversación con Perico. Me enteré de que Paulina había sido en otro tiempo su criada, y después de hacerle mil preguntas acerca de ella, le dijo:
-¿Qué tal le va á usted con el trabajo de cochero de alquiler, en el invierno? Recuerdo que el año pasado Paulina no estaba tranquila.
-Es verdad, señora; cogí un resfriado que me duró hasta el verano, y cuando tengo que permanecer hasta tarde en la calle, todavía se apura, la pobre. Usted comprende que esto de andar