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mado, y cuando llegaba el caso y sabía por qué, no dejaba de soltar el vapor, como el primero.

Recuerdo que una mañana, hallándonos en el punto, esperando hacer alguna carrera, vimos que un joven que venía corriendo, con varios bultos de equipaje en sus manos, resbaló en una cáscara de naranja, y cayó con violencia al suelo.

Perico fué el primero que corrió á levantarlo.

El joven parecía como atontado por el golpe, y caminaba con gran trabajo cuando lo metieron en una tienda inmediata. Perico volvió á mi lado, y como á los diez minutos, el joven salió á la puerta de la tienda, é hizo seña para que se acercase con el coche.

- -Esta fatal caída me ha hecho perder un tiempo precioso-dijo, y es para mí de la mayor importancia alcanzar el tren de las doce en la estación del Norte. ¿Se compromete usted á llegar con tiempo? No sólo se lo agradeceré, sino que le daré una buena gratificación.

-Haré cuanto pueda por complacerle-contestó Perico,-si usted cree que está en disposición de emprender el viaje.-El joven estaba sumamente pálido.

Es indispensable-dijo con ansiedad, abra la portezuela, y no perdamos tiempo.-Antes de un minuto estaba Perico en el pescante, y con un alegre: «vamos, Juanillo, y un ligero .