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vez que salimos juntos, noté que su paso era sumamente extraño; trotaba un poco, daba á lo mejor un pequeño galope, y de cuando en cuando, un ligero salto hacia adelante.

Para cualquier caballo tenía que ser desagradable trabajar con ella, y á mí me puso nervioso. Cuando llegamos á casa le pregunté por qué andaba de aquel modo.

-¡Ay! amigo-me contestó, afligida ;-bien conozco que mi paso es malo, pero no está en mi mano el remediarlo. La culpa es de mis piernas, que son demasiado cortas. Soy casi tan alta como tú, y sin embargo, las tuyas, de la rodilla para arriba son lo menos tres pulgadas más largas que las mías, lo que te permite dar el paso mucho más largo y adelantar, por consiguiente, más que yo. Este defecto me ha ocasionado muchos disgustos, pues como tú sabes, los que nos guían gustan, por lo regular, de ir de prisa, y si un caballo no puede seguir el paso de su compañero, el látigo está siempre encima de él. Tratando de evitar eso, es por lo que yo hago ese feo paso trancado. No siempre ha sido así; pues cuando vivía con mi primer amo, me llevaba constantemente á un trote regular, sin apurarme jamás. Era un excelente amo, clérigo en el campo, que tenía á su cargo dos iglesias, lo que le hacía trabajar mucho, pero nunca me regaña-