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diga allí lo que ha visto, y que manden un carruaje con la doncella de la señorita Ana. Aqui estaré yo mientras tanto.

-Muy bien, señor; haré la diligencia lo mejor que pueda, y quiera Dios que nuestra querida señorita abra los ojos pronto.

Se dirigió al otro hombre, y le dijo:

--Oye, José, corre y trae un poco de agua, y di á mi mujer que venga cuanto antes á ver á la señorita Ana.

Se encaramó como pudo en la silla, y después de un ¡ arre! y un golpe en inis costados con ambas piernas, emprendió el camino, haciendo un pequeño rodeo para salvar la zanja. No tenía látigo, lo cual parece que le contrarió un poco, pero pronto mi paso resolvió la dificultad, y consideró lo mejor afirmarse en la silla cuanto pudo, y echar una previsora mano á mi crin. Le sacudí todo lo menos posible, pero una ó dos veces, en el terreno desigual, me gritó:

¡So! ¡ más despacio !

En el camino llano fuimos bien; y desempeñó perfectamente sus encargos. En nuestra casa le ofrecieron un trago; pero se negó á aceptarlo, diciendo que tenía que regresar inmediatamente, y que se prometía estar otra vez al lado de la señorita Ana, antes que el carruaje, pues iba á ir por un atajo.