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buscar la llave y destornilla la lanza. Corte uno estas tiraderas, si no las puede soltar.

- Uno de los lacayos trajo la llave y otro un cuchillo. Pronto me vi libre de Jengibre y del carruaje, y conducido á mi cuadra. El lacayo que me condujo me dejó tal cual estaba, y corrió á ayudar á York. Yo me hallaba tan excitado que, si hubiera sido capaz de cocear ó encabritarme, lo hubiera hecho entonces; pero, no estando eso en mis principios, me estuve quieto, disgustado, con fuertes dolores, producidos por las patadas de Jengibre, y con el engallador tan tirante como me lo había puesto York, sin poder verme libre de él. Me sentía tan contrariado, que casi deseaba patear á la primera persona que se me acercase.

Al poco rato, dos mozos de cuadra trajeron á Jengibre, toda golpeada y lastimada. York venía con ellos y dió sus órdenes, después de lo cual se acercó adonde yo estaba. Inmediatamente puso mi cabeza en libertad.

-¡El diablo confunda á estos engalladores!

-dijo, hablando consigo mismo.-Bien sabía yo que algún día, y pronto, habíamos de tener un contratiempo. El amo se va á poner furioso conmigo; pero si él, que es su marido, no puede gobernarla, menos puedo hacerlo yo, que soy un criado. Así pues, me lavo las manos, y si esta