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ayudase. Después que la tomé, y que Juan me arregló de la mejor manera que pudo para que pasase bien la noche, dijo que iba á permanecer allí media hora á fin de ver el efecto de la medicina. Tomás manifestó deseos de acompañarlo, y los dos se sentaron en un banco que colocaron en la cuadra de Alegría, poniendo la linterna en el suelo para que su luz no me ofendiese.

Permanecieron durante un rato en silencio, al cabo del cual dijo, en voz baja, Tomás Contreras:

-Quisiera, Juan, que dirigiera usted una palabra de afecto á José. El muchacho está completamente abatido, no come apenas, y no hay quien le haga sonreir. Dice que comprende que toda la culpa es suya, aunque todo lo que hizo fué con el mejor deseo, y que si Azabache se muere, no sabe lo que va á ser de él. Me llega al alma oirlo, y deseara de usted una sola palabra para él, que lo reanimase un poco. El muchacho no es malo.

Juan se quedó pensativo, y dijo al fin :.

-Es preciso, Tomás, que no me juzgue usted con dureza. Yo sé que el muchacho no lo hizo con mala intención, y nunca he creído lo contrario; pero comprenda usted que yo también estoy inconsolable; este caballo es el orgullo de mi corazón, sin contar con que es el favorito de