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corría hacia la de los amos. A los cinco minutos estaba de vuelta, abrió la puerta de mi cuadra, y acercándoseme, me dijo:

- -Arriba, Azabache, que esta noche tienes que cumplir como bueno ;-y antes de darme tiempo siquiera á pensar, me vi con la silla encima, y la brida puesta. Tomó su abrigo, y, al trote ligero, me llevó á la puerta de la casa del amo. Este se hallaba allí con una luz en la mano.

-Ahora, Juan-dijo,-á correr cuanto puedas, pues se trata de la vida de la señora y no hay que perder un momento. Entrega esta carta al doctor Blanco; da un descanso al caballo en la posada, y vuelve en seguida.

-Está bien, señor-contestó Juan, brincando sobre mi lomo. El jardinero, que vivía cerca de la puerta exterior, y que había oído la campanilla, estaba listo para abrirla; por ella pasamos, cruzando á toda carrera el parque, el pueblo y la cuesta inmediata, hasta llegar al portazgo. Juan llamó á voces al hombre, que pronto salió de su garita y abrió la valla que cerraba el camino.

-Vaya el dinero-dijo Juan,-y deje usted abierto para el doctor, que ha de pasar en breve y salimos disparados otra vez.

Cruzado el puente, había un largo trozo de