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Aventuras

aparecido novio de la señorita María Suther land.

Un caso médico de suma gravedad preocupaba mi atención en esos momentos, y durante todo el día siguiente estuve ocupado en la cabecera del enfermo. Hasta cerca de las seis de la tarde no me vi libre, y en el acto me metí en un coche y corrí á la calle Baker, algo temeroso de llegar demasiado tarde para asistir al dénouement del pequeño misterio. Pero encontré á Sherlock Holmes solo, medio dormido, su largo y delgado cuerpo medio enroscado en el sillón.

Una formidable batería de botellas y retortas, y el penetrante olor del ácido hidroclórico, me dijeron que había pasado el día en los trabajos químicos para él tan queridos.

Y lo ha resuelto usted?—le pregunté al


entrar.

—Si; era bisulfato de barita.

—No, no; el misterio!—le repliqué, —Oh! ¿Hablaba usted de eso? Yo pensaba en las sales que he estado analizando y mezclando.

Ningún misterio había en el asunto, aunque, como dije á usted ayer, algunos de sus pormenores son interesantes. Lo único malo es que (por lo menos yo lo temo) no existe ninguna ley que alcance al malvado.

—Pero ¿quién es él, y cuál ha sido su objeto al abandonar á la señorita Sutherland?

No bien había salido esta pregunta de mi boca, y antes de que Holmes hubiera tenido tiem-