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Aventuras

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nes con completa claridad. Déjeme usted esos papeles, y acuérdese del consejo que le he dado.

Haga usted que el incidente quede por entero enterrado, y no permita usted que afecte en lo menor su vida.

—Es usted muy bueno, señor Holmes, pero yo no puedo hacer eso. Seré fiel á Hosmer, y cuando vuelva me encontrará lista para casarme con él.

No obstante su estrafalario sombrero y su cara inexpresiva, nuestra visitante tenía en su sencilla manera de ser fiel algo que se imponía á nuestro respeto. Dejó en la mesa su paquetito de papeles, y se marchó, prometiendo volver apenas se le llamara.

Sherlock Holmes se quedó sentado durante algunos minutos, con las puntas de los dedos todavía apretadas unas con otras, las piernas estiradas hacia delante, y los ojos clavados en el cielo raso. Después desprendió del estante de las pipas una de yeso, vieja y aceitosa, que era para él un consejero, y cuando la hubo encendido se recostó en el sillón, con las espesas nubes de humo subiendo de su cabeza al techo y una expresión de infinita languidez en la cara.

—Muy interesante estudio, esa joven—observó. Para mí es más interesante ella que su pequeño problema, el cual, dicho sea de paso, es bastante vulgar. Si consulta usted mi indice, encontrará casos semejantes: uno en Andorra en 1877, y el año pasado algo por el estilo en La