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de Sherlock Holmes

—Entonces, ¿dónde vive?

—Dormía en la misma oficina.

—Y no conoce usted las señas de la casa?

—No, salvo la calle: Leadenhall.

—Adónde le dirigía sus cartas, entonces?

—A la oficina de correos de la calle Leadenhall, «poste restante.» Me decía que si le escribía á su oficina, los demás empleados se reirían de él porque recibía cartas de mujer, á lo que yo le contesté ofreciéndole escribir con máquina, como él me escribía á mí, lo que no aceptó, diciéndome que cuando las escribía con mi mano parecían realmente ser mías; pero cuando estaban hechas con la máquina, era como si ésta se hubiera interpuesto entre nosotros. Esto demostrará á usted, señor Holmes, lo enamorado que estaba de mí, y en qué pequeñeces pensaba para halagarme.

Todo eso es en extremo sugerente—dijo Holmes:—hace tiempo que profeso el axioma de que las cosas pequeñas son las más importantas.

¿Podría usted acordarse de algunas otras pequeñeces del señor Hosmer Angel?

—Era un hombre muy cauteloso, señor Holmes. Prefería pasearse conmigo de noche á hacerlo de día, porque, decía, le desagradaba hacerse notar. Era muy pulcro y caballeresco.

Hasta su voz era suave. Me contó que de niño había tenido paperas, y que eso le había dejado muy débil la garganta y una manera de hablarvacilante y susurrante.