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de Sherlock Holmes

Dicho esto se sumió en un sombrío silencio, que no fué interrumpido hasta que llegamos á la avenida Serpentina, La puerta de Briony Lodge estaba abierta, y en lo alto de la gradería se hallaba, en pie, una mujer entrada en años. Nos contempló con mirada sardónica cuando salimos los tres del cupé.

—¿Creo que es el señor Sherlock Holmes?—dijo.

—Soy Sherlock Holmes—contestó mi compañero, mirándola con mirada interrogadora y no exenta de asombro.

—¡Muy bien! Mi patrona me dijo que probablemente vendría usted. Esta mañana se marchó, en el tren que sale de Charing Cross á las 5.15, para el Continente.

—¡Qué! (Sherlock Holmes retrocedió, pálido de pesar y de sorpresa)—¿Quiere usted decir que ha marchado de Inglaterra?

—Para no volver nunca.

—¿Y los papeles?—preguntó el rey.—¡Todo eso se ha perdido!

—Vamos á verlo—contestó Sherlock Holmes.

Empujó á la sirvienta á un lado, y se precipitó á la sala, seguido por el rey y por mí. Los muebles estaban desparramados por todas partes, las gabetas abiertas y vacías, como si su dueña las hubiera saqueado antes de escaparse. Holmes corrió al botón de la campanilla, arrancó una tablilla que cerraba el escondrijo de la paped, y, hundiendo la mano en el hueco, sacó